El problema con los tulkus: una posible solución

El problema con los tulkus: una posible solución

La palabra tibetana tulku significa “cuerpo de emanación”; es utilizada comúnmente para referirse a maestros renacidos de las tradiciones budista y bön. Si bien se menciona en textos tradicionales indios a individuos que han “tomado renacimiento”, no es lo habitual; dichas referencias se encuentran en las historias de las vidas previas del Buda (sánc. Jātaka) y en la biografía de Chandragomin, donde volvió a nacer para ganar un debate sobre la existencia del renacimiento a un charvaka (seguidor de una escuela de pensamiento materialista de la antigua India); seguramente existan más, pero no abundan.

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En Tíbet, el desarrollo de este sistema político y espiritual devino en un modelo teocrático, donde el maestro renacido es el jefe espiritual y político del monasterio y dueño de los recursos del linaje (tierras, monasterios, ganado, etc.). En el budismo tibetano, el linaje de maestros más antiguo es el de los Karmapas; se remonta al siglo XII y tiene origen en Dusum Khyenpa (1110-1193); se mantiene hasta nuestros días, con la coexistencia actual de dos Karmapas 17.

No contamos con suficientes estudios que permitan evaluar de manera precisa los beneficios y consecuencias del sistema de tulkus en el propio Tíbet. Sin embargo, la experiencia acumulada en el exilio tibetano nos ofrece suficientes casos para afirmar que dicho sistema presenta serios riesgos de corrupción dentro del budismo tibetano.

Hoy en día, los tulkus continúan ocupando un lugar central en la estructura institucional de los linajes: son quienes otorgan las transmisiones —iniciaciones, transmisiones orales e instrucciones— y constituyen el eje de la jerarquía tradicional.

Cuando las relaciones maestro-discípulo terminan mal, suele resonar más el sufrimiento del discípulo. Pero rara vez se contempla el recorrido, a menudo complejo, que deben atravesar los propios tulkus. Para quienes poseen una disposición genuina —una motivación profunda por aprender y practicar—, este rol puede convertirse en una vía maravillosa de realización y servicio. Pero sin una inclinación hacia el estudio o la meditación, el proceso puede convertirse en una prisión: recuerdo a un joven tulku que describía su vida como estar "atrapado en una jaula de oro" —una imagen que he oído de otros también. Obligar a niños sin vocación a permanecer en monasterios para seguir un camino que no les corresponde puede desembocar en desdén por el Dharma y por los demás. Ese resultado no beneficia ni al discípulo ni al futuro maestro.

Por eso, crear un sistema que ofrezca condiciones propicias para que quienes realmente tienen las cualidades necesarias puedan florecer, es fundamental.

En este episodio, analizo una propuesta de Shechen Rabjam Rinpoche que apunta en esa dirección. En una carta pública, Rabjam Rinpoche presenta una reforma del sistema de reconocimiento de tulkus, que también implica una reconfiguración de la jerarquía dentro de los linajes. Su propuesta es clara: los recursos del maestro fallecido deben permanecer bajo la custodia del monasterio y la comunidad monástica. En lugar de reconocer a un solo candidato como la reencarnación, se seleccionan entre tres y cinco niños con potencial. Todos deben completar la formación académica tradicional (shedra) y realizar un retiro prolongado —idealmente, el retiro de tres años. Solo entonces, los maestros superiores del monasterio elegirán al candidato con las cualidades más sobresalientes para asumir el nombre y el rol del maestro anterior.

Esta propuesta llega en un momento crítico, cuando el budismo tibetano se encuentra ante una encrucijada: ¿mantener una forma de teocracia heredada del Tíbet tradicional, o adaptarse de manera consciente a las condiciones del mundo contemporáneo?

Es cierto que el sistema actual ha dado lugar a grandes practicantes en el pasado. Pero la pregunta que debemos hacernos es si este modelo sigue siendo viable hoy. Y si se opta por mantenerlo, ¿cómo se puede prevenir el surgimiento de abusos?

Tal vez sea el momento de volver a las enseñanzas clásicas que nos invitan a examinar al maestro con atención crítica antes de tomarlo como guía. Elegir a los maestros por la claridad de su entendimiento y la virtud de su conducta —y no por títulos heredados— puede ser el camino hacia un Dharma más auténtico, donde las malas intenciones no encuentren terreno fértil para prosperar.